Por: Raúl Mondragón.
“Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”. (Juan 3:34-35 NVI)
Sin el menor animo de promover una actitud exclusivista; pues soy cristiano y adventista por convicción, observo con cierta admiración que cada "denominación cristiana" tiende a tener sus propios y particulares némesis. Por ejemplo:
Algunos son acérrimos enemigos del papismo, otros del antisemitismo, otros tantos del catolicismo en general, unos de otras denominaciones cristianas, incluso hay quienes lo son de la política de izquierda o derecha; y lo más paradójico es que algunos hasta ven con sospecha a los propios “hermanos”, solo porque no comparten ciertos puntos de vista, los cuales muchas veces ni siquiera son temas doctrinales, tan solo son especulativos y entran por tanto en el terreno de lo subjetivo.
El común denominador y la idea tras este odio-defensa es : señalar el error, acusar a los apostatas y anti-cristos, no contaminarse”, salir del mundo”, ser “diferentes y especiales”; y como no hacerlo pues Dios nos ha puesto como Atalayas, para dar la voz de alerta. Lo cierto es que esto solo genera resentimiento, odios y prejuicios infundados.
Por tristeza este es el afán de inquisición que predomina en muchos cristianos muy sinceros, pero pésimamente enfocados, el único adjetivo que salta a la mente es: “fanáticos religiosos”.
En muchas ocasiones sonrió para mí mismo y pienso que lo mismo debe estar haciendo el diablo al contemplar cuanto pueden torcer los “cristianos” el claro mensaje de Jesús contenido en los evangelios.
Edifiquemos puentes no barreras, promovamos las relaciones no la paranoia…o si lo prefiere así “hagamos discípulos de Cristo”.
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