Me crié en un hogar, que profesaba el catolicismo, así que de manera irregular
asistíamos a la iglesia, especialmente a la “misa”. Aparte de ese sentimiento
de tedio que casi a todo niño le produce estar sentado durante más de 15
minutos, guardando silencio; lo más relevante para mí eran las figuras de los
“santos”, que en realidad me aterraban.
Todavía recuerdo esas figuras de tamaño natural o superiores
a un metro; que con sus expresiones de dolor y sufrimiento mantenían siempre en
mí un estado de alerta, porque parecían cobrar vida, y en cualquier momento
bajarían de su pedestal. Me moviera a donde me moviera, no podía apartar su
mirada de mí, no podía escapar, ¡solo a
mí se me ocurría meterme en el cubil del bien!