lunes, 2 de abril de 2012

ESCUCHAR SEMONES ES UN ACTO SUICIDA


 Por: Raúl Mondragón


El titulo para esta meditación,  podrá parecer exagerado para un miembro de más de 30 años de edad, de la iglesia adventista, pero de ninguna manera para un joven (no frustrado;  de esos que proporcionan 200 argumentos en contra “de todo”, apoyándolos con citas de Elena G. de White),  que encontrara un eco de la realidad, en la que vivimos, pero que pocos decimos, por temor “al que dirán”.

Por ejemplo nuestros cultos, vienen siguiendo el mismo formato desde hace más años de los que puedo abarcar con mi memoria. Y son de la siguiente manera: Entrada, doxología, oración de rodillas de los oficiantes (en silencio y con amén pre acordado), himno, oración congregacional, bienvenida, himno, historia de los niños (la que más veces he visto sacrificar; aunque hoy en día se acostumbra contar fabulas, y no historias bíblicas, aun no lo entiendo), lectura bíblica  el  seeermóóón,  himno, oración final, doxología y salida. Creo que el concepto más novedoso que he observado en los últimos dos años es la inclusión de “los himnos” antes de la bienvenida, pero después de la invocación, de lo contrario sería considerado un sacrilegio a la liturgia (que absurdo). En síntesis y tomando palabras de Geoge Knight: “… en un servicio de culto adventista promedio me puedo quedar dormido durante la invocación, despertarme en la última oración y decirles exactamente qué pasó”.[1]

Si el culto está en estos términos, el sermón en muchas ocasiones resulta casi irreconocible. El Diccionario de la Real Academia nos situara en la via adecuada para entender el asunto; y dice que Sermón es: (Del lat. sermo, -ōnis).1. m. Discurso cristiano u oración evangélica que predica el sacerdote ante los fieles para la enseñanza de la buena doctrina. 2. m. Amonestación o reprensión insistente y larga. Luego entonces el sermón dentro de la liturgia debe ser el momento y la oportunidad para la enseñanza de la iglesia. Lamentablemente hoy sucede todo menos esto. Evidentemente esto se debe a la falta de instrucción de los mismos predicadores, incluyendo a los pastores.

La mayoría de los predicadores son laicos, bien intencionados pero mal enfocados, en cuanto a cómo elaborar un sermón que nutra verdaderamente  a la congregación. Y tenemos entonces desde aquel que se “fusila”  un sermón (memorizando todo), sacándolo del basto cyber-espacio (internet); hasta aquel que hace del mensaje toda una exposición de concordancias Bíblicas. Y qué decir del pastor que repite el mismo sermón, cuando menos durante un mes en su recorrido por las  iglesias a su cargo; sin tomar en cuenta las necesidades, particulares de cada una de ellas.

A la  mayoría se le olvida que el discurso tiene por objeto, animar, exhortar a los oyentes, por lo tanto ser conciso es vital en un sermón. Sin rodeos sin sacarle vuelta al transmitir el mensaje. La demagogia se debe reservar para los políticos, los “charlatanes” que me recuerdan al célebre Cantinflas, porque hablan  y  hablan y no dicen nada, o a  los diplomáticos con sus poses y sonrisas fingidas. Pocas veces se recuerda un buen sermón, por eso es necesario mirar el modelo, y me refiero a el llamado “sermón del monte” de Cristo; sin dramatismo, con profundidad y sencillez, con elocuencia sin demagogia, directo y al punto, sin rodeos diplomáticos que suenan a mentira encubierta, les habló a sus contemporáneos, y ellos captaron la trascendencia de sus palabras. Les habló de tal forma que todos pudieron entender.[2]

La Sinceridad en el mensaje
Para quienes predican de manera habitual compartirán el privilegio que es hacerlo; sin embargo, es muy común la falta de sinceridad en los mensajes; es decir siempre se almidonan las palabras para “no herir susceptibilidades”. En muchas ocasiones he sufrido censura por parte de los “lideres” de la  iglesia, por  que según ellos decir cosas “ciertas”, está bien pero son  muy duras, mejor hay que tratar de  decirlo con más "tacto". Para mí es otra forma de decir que hay que simular y decir la verdad con ambigüedades. 

Por otro lado entiendo que la sinceridad no es un bien apreciado en muchos ambientes donde la lógica imperante es “no ofender a nadie”,  (como dentro de la iglesia cristiana) aun cuando con ese planteamiento se caiga en la negación de la verdad , la defensa de las formas y la falta de transparencia. Lao Tse rescata esta idea en un proverbio que dice:

“Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes”.

No estoy diciendo que con el afán de ser sincero se tenga la necesidad de atacar y denunciar desde el púlpito; de hecho no es el sitio para hacerlo, sino decir  simplemente con sinceridad las cosas. El mismo Lao Tse,  deja en evidencia (en la cita anterior) una de las paradojas del hablar asertivo, si se quiere ser honesto, es muy difícil ser diplomático. Con singular atino el Miguel A. Núñez escribe acerca del propio Jesucristo:

“Si Jesús viviera hoy lo más probable es que causaría escándalo con sus palabras, especialmente a aquellos que están acostumbrado al discurso adornado y a la palabra dicha con anfibologías (discurso sofista que decía frases que podían ser entendidas de más de un modo, de esa forma quedaban bien con todos). Al leer sus reprensiones a los fariseos lo que se observa son expresiones ferozmente honestas, tanto que la mayoría de los cristianos, seguidores del Maestro se niega a pronunciarlas por temor a ser tildados de duros, crueles o insensibles con los sentimientos de otros”[3].

Es indispensable retomar y aspirar a las mismas características del discurso de Jesús: La verdad dicha sin ambigüedades, la palabra pronunciada sin miedo, la mentira dejada al descubierto, el engaño evidenciado sin palabras almidonadas. De lo contrario seguiremos en la senda en que estamos, con miedo a asomar la cabeza, con mentalidad de borrego o simplemente con un perfil bajo, para ser “políticamente correctos”.

La enseñanza
Hace mucho tiempo tengo como máxima y principio rector el siguiente pensamiento: “Cuando creas que lo sabes todo míralo desde otro punto de vista”. En el ámbito de la predicación  lo aplico continuamente. Así que cuando escucho un sermón, tiendo a ser  crítico y reflexivo, sometiendo todo al análisis, y claro está sin prejuicios.

No me conformo con el hecho de solo sentarme, asumiendo que  Dios utilizara al predicador, en honor a la verdad, si este no realizo un auténtico estudio para el mensaje, no será ni útil, ni eficaz, puesto que el Espíritu Santo no trabajara en vacío. Lo más importante, desde mi cosmovisión cristiana, es que el mensaje tenga lógica, sea coherente, que sea útil; es decir que incluya todos aquellos aspectos que ayuden y preparen para vivir en la actual sociedad de cara a la realidad; y por supuesto centrado en Cristo.

Esto tiene el carácter de urgente, en un contexto donde  pulpitos y predicadores, se han tornado extraños,  y la “supuesta predicación” va desde el monologo soporífero, cargado con alegorías, chistes y fabulas, que tienen  por objeto despertar a la gente de los adormecedores mensajes; hasta la aparente disertación  filosófica y teológica; donde pululan, “los mete culpas pseudo-intelectuales”; que lanzan acusaciones y amenazas de castigo divino, y aun pronuncian condenas por llevar una dieta equivocada, según su parecer; trayendo consigo su carga de amargura y tristeza.. Y no pueden faltar  los motivadores  “humanistas”, al  más puro estilo de Alex Dey o el evangélico Dante Gebel; o los “cantantes”, (en su mayoría pastores) que aspiran manipular entre gimoteos y notas fuera de tono.

Estoy convencido de que es posible expresar grandes verdades sin recurrir a los sensacionalismos; ya que estos, eventualmente transforman, en inaccesible el mensaje para la mayoría de la gente; en términos llanos, considero más importante la sencillez y belleza del mensaje Bíblico que el uso de efectismos.
En ocasiones aun de las archiconocidas historias Bíblicas; en donde seguramente muchas veces se piensa  ¿Qué más se puede decir que no se haya dicho de ese pasaje? Podemos aprender lecciones extraordinarias. Sin embargo a veces pasamos por alto, los detalles.

Quizás tras trece años de escuchar sermones, he llegado un punto donde, cada vez me molestan más la falta de contenido en las predicaciones.  Sinceramente desearía que cada predicador antes de subir al púlpito leyera la declaración de Juan 12:21  

“Un día se acercaron unos griegos a Felipe y le dijeron: Queremos ver a Jesús

O incluso he pensado poner un letrero grande junto al reloj, o labrarlas en el mismo púlpitoAsí no serían tan inconscientes, de que exponen a nombre de Dios y no le echarían la culpa a la inspiración divina de las facundias dichas en el inter, y serían respetuosos del tiempo que tienen para ser escuchados.

Referencias:

[1] Mensaje presentado en la reunión de la Asociación General del 2000 en Toronto.
Fuente: "If I were the Devil" / Adventist Review
Esta presentación fue hecha durante el espacio "Ventanas a la Misión" de las reuniones de negocios en la sesión del Congreso Mundial de la Asociación General en Toronto del año 2000.
Autor: George Raymond Knight (1941 -) historiador, escritor y educador adventista. Es profesor emérito de historia eclesiástica en la Andrews University, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Traducción: Daniel Saez V. / alumno de Teología en la Universidad Adventista de Chile.Traducción publicada por Rolf Baier Schmidt (20.4.2005) http://himnovasion.blogspot.mx/2012/03/si-yo-fuera-el-diablo-por-george-knight.html

[2]http://alpasarlashoras.blogspot.mx/2010/12/conciso-al-punto-y-sin-demagogia.
[3] Ibid.

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