Por: Raúl Mondragón
Querido hermano:
Espero no te ofenda que te llame hermano, pues lo
somos en Cristo; sinceramente fue la única palabra que no pude decir ayer
mientras conversábamos, y es que en público es imperante llamarte “pastor”, por
respeto y protocolo.
Quiero que sepas que te respeto y aprecio. Sin embargo me queda
claro que no tienes todas las respuestas, no te sientas mal por ello, ¿quién podría
tenerlas? Que muchos asuntos y temas te sobrepasan. Incluso sé que en algunas ocasiones, especialmente en
algunos temas, corres a mirar tus apuntes de clase o algún libro especializado,
eso es admirable pues es bueno subirse en hombros de gigantes; el detalle es
que lo haces justamente en el momento, lo que resulta que tu “consejo” suene
fingido e improvisado. Y ya muchos nos hemos dado cuenta, pero no te apenes por
ello. Después de todo, no espero que seas un sabio; aunque se cuánto te has
esforzado, cursando la Licenciatura y un par de maestrías.
Hermano con
todo esto no juzgo tu don, ¿Quién soy yo
para hacerlo? por el contrario te animo a reafirmarlo, y es hasta un poco egoísta,
ya que yo seré el primer beneficiario. Recuerda que todas estas oportunidades
hoy, serán tu peldaño para desarrollar la humildad indispensable el día de mañana,
para crecer juntos en el Señor.
Honestamente lo que en muchas ocasiones espero de
ti, es a un amigo que me escuche y conforte mis penas, un abrazo fraterno, una
sonrisa; un… ¡No lo sé… sincero. No
me gusta que me mandes a orar, me encantaría
que ores conmigo; que no me digas: La Biblia dice…Cuando bien sabes que no
es así; que no me des la típica palmada en la espalda y con una sonrisa diplomática me digas: Ponlo en las manos de Dios… mejor ayúdame
a encontrar juntos la solución; pues por ello busque a un hermano, a mi pastor.
No lo tomes como consejo o regaño, sino como una
suerte de encargo de una oveja, en busca de un pastor.
Dios te bendiga, con aprecio tu hermano.
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