domingo, 20 de enero de 2013

CARTA ABIERTA A UN HERMANO PASTOR


Por: Raúl Mondragón


Querido hermano:

Espero no te ofenda que te llame hermano, pues lo somos en Cristo; sinceramente fue la única palabra que no pude decir ayer mientras conversábamos, y es que en público es imperante llamarte “pastor”, por respeto y protocolo.
Algo singular motiva esta carta, y es que ayer  mientras dialogábamos, note que  varias veces tragabas saliva, la boca se te secaba, no dejabas de mirar el reloj, y aflojabas tu corbata… y ese temblor de manos, vaya que me distraía.  Supongo es por el estrés propio de tu trabajo; bueno es casi obvio después de tantos años.

Quiero que sepas que  te respeto y aprecio. Sin embargo me queda claro que no tienes todas las respuestas, no te sientas mal por ello, ¿quién podría tenerlas?  Que  muchos asuntos y temas te sobrepasan. Incluso  sé que en algunas ocasiones, especialmente en algunos temas, corres a mirar tus apuntes de clase o algún libro especializado, eso es admirable pues es bueno subirse en hombros de gigantes; el detalle es que lo haces justamente en el momento, lo que resulta que tu “consejo” suene fingido e improvisado. Y ya muchos nos hemos dado cuenta, pero no te apenes por ello. Después de todo, no espero que seas un sabio; aunque se cuánto te has esforzado, cursando la Licenciatura y un par de maestrías.

Hermano  con todo esto no juzgo tu don,  ¿Quién soy yo para hacerlo? por el contrario te animo a reafirmarlo, y es hasta un poco egoísta, ya que yo seré el primer beneficiario. Recuerda que todas estas oportunidades hoy, serán tu peldaño para desarrollar  la humildad indispensable el día de mañana, para crecer juntos en el Señor.

Honestamente lo que en muchas ocasiones espero de ti, es a un amigo que me escuche y conforte mis penas, un abrazo fraterno, una sonrisa; un… ¡No lo sé… sincero. No me gusta que me mandes a orar,  me encantaría  que ores conmigo; que no me digas: La Biblia dice…Cuando bien sabes que no es así; que no me des la típica palmada en la espalda  y con una sonrisa diplomática me digas: Ponlo en las manos de Dios… mejor ayúdame a encontrar juntos la solución; pues por ello busque a un hermano, a mi pastor.
No lo tomes como consejo o regaño, sino como una suerte de encargo de una oveja, en busca de un pastor.

Dios te bendiga, con aprecio tu hermano.


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