Nota por Raúl Mondragón: Parece muy agresivo el titulo, pero se trata de una extraordinaria reflexión de un músico cristiano que vale la pena leer ¿para que cada uno se pregunte en donde está parado, y quien es?
Es común que en el va y ven de la vida, cuando se realiza una tarea, se pierda el rumbo, por la rutina, o por diversos factores, pero es de verdaderos “titanes” no perder la esencia el objetivo o simplemente lo importante. Cuando esto sucede es bueno dar una mirada introspectiva o bien mirarlo desde otro punto de vista… quizás al fin encuentres el rumbo.
Es común que en el va y ven de la vida, cuando se realiza una tarea, se pierda el rumbo, por la rutina, o por diversos factores, pero es de verdaderos “titanes” no perder la esencia el objetivo o simplemente lo importante. Cuando esto sucede es bueno dar una mirada introspectiva o bien mirarlo desde otro punto de vista… quizás al fin encuentres el rumbo.
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(Por Abel
Meza)
Alguna vez mencioné el
poder del enfoque, creo que toda la vida cristiana y ministerial se reduce a no
perder nunca el norte, el llamado inicial. Y cuando vi unos videos de Messi
(que aquí resumo) no pude dejar de reflexionar acerca del ministerio.
Todo empezó esta
mañana: estoy mirando sin parar goles de Messi en Youtube (...) De casualidad
hago clic en una compilación de fragmentos que no había visto antes. Pienso que
es un vídeo más de miles, pero enseguida veo que no. No son goles de Messi, ni
sus mejores jugadas, ni sus asistencias. Es un compilado extraño: el vídeo muestra cientos de imágenes —de dos a tres segundos cada una— en las que Messi
recibe faltas muy fuertes y no se cae.
No se tira ni se queja.
No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él
sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos
inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco
amarilla para el defensor contrario.
Son muchísimos
pedacitos de patadas feroces, de obstrucciones, de pisotones y trampas, de
zancadillas y agarrones traicioneros; nunca las había visto a todas juntas. Él
va con la pelota y recibe un golpe en la tibia, pero sigue. Le pegan en los
talones: trastabilla y sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y
sigue.
Me quedé, de repente,
atónito, porque algo me resultaba familiar en esas imágenes. Puse cada
fragmento en cámara lenta y entendí que los ojos de Messi están siempre
concentrados en la pelota, pero no en el fútbol ni en el contexto.
El fútbol actual tiene
una reglamentación muy clara por la que, muchas veces, caer al suelo es
asegurar un penal, o conseguir que se amoneste al zaguero contrario es propicio
para futuros contragolpes. En estos fragmentos, Messi parece no entender nada
sobre el fútbol ni sobre la oportunidad.
Se lo ve como en
trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le
importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los
ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un
subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen.
¿Dónde había visto yo
esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección
desmedida. Dejé el vídeo en pausa. Hice zoom en sus ojos. Y entonces lo
recordé: ¡Eran los ojos de "Mandilón" cuando perdía la razón por la esponja!
Yo tenía un perro en la
infancia que se llamaba “Mandilón”. Nada lo conmovía. No era un perro
inteligente. Entraban ladrones y él los miraba llevarse el televisor. Tocaban
la puerta fuerte y no parecía oírlo; es más miraba que entraban por la cerca de
la casa personas desconocidas y parecía una estatua.
Sin embargo, cuando
alguien (mi madre, mi hermana, yo mismo) agarraba una esponja —una determinada
esponja amarilla de lavar los platos— Mandilón enloquecía.
Quería esa esponja más que nada en el mundo, moría por llevarse ese rectángulo
amarillo al hocico. Yo se la mostraba en mi mano derecha y él la enfocaba. Yo
la movía de un lado a otro y él nunca dejaba de mirarla. No podía dejar de
mirarla.
No importaba a qué
velocidad moviera yo la esponja: el cuello de Mandilón, se trasladaba idéntico
por el aire. Sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales. Como los
ojos de Messi, que dejan de ser los de un preadolescente atolondrado y, por una
fracción de segundo, se convierten en la mirada escrutadora de Sherlock Holmes.
Descubrí esta tarde,
mirando ese video, que Messi es un perro. O un hombre perro. Esa es mi teoría,
lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Messi es el
primer perro que juega al fútbol.
Tiene mucho sentido que
no comprenda las reglas. Los perros no fingen zancadillas cuando ven venir una
moto, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la cerca, no
buscan que le saquen doble amarilla al cartero. En los inicios del fútbol los
humanos también eran así. Iban detrás de la pelota y nada más: no existían las
tarjetas de colores, ni la posición adelantada, ni la suspensión después de
cinco amarillas, ni los goles de visitante valían doble. Antes se jugaba como
juegan Messi y Mandilón. Después el fútbol se volvió muy raro.
Ahora mismo, en este
tiempo, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del deporte, sus
leyes. Después de un partido importante, se habla una semana entera de
legislación.
No señor. Los perros no
escuchan la radio, no leen la prensa deportiva, no entienden si un partido es
amistoso e intrascendente o una final de copa. Los perros quieren llevarse
siempre la esponja al hocico, aunque estén muertos de sueño o los estén matando
las garrapatas.
Messi es un perro. Bate
records de otras épocas porque solo hasta los años cincuenta jugaron al fútbol
los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a todos a hablar de leyes y de
artículos, y nos olvidamos que lo importante era la esponja.
Y entonces un día
aparece un chico enfermo y con problemas de crecimiento. Esta vez ha sido un
chico argentino con capacidades diferentes. Inhabilitado para decir dos frases
seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la
picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo
redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura
verde.
Lionel Messi es un
enfermo. Es una enfermedad rara que me emociona, porque yo amaba a “Mandilón” y
ahora él es el último hombre perro."
Epilogo
Ahora te digo no pude
dejar de pensar en que bueno sería que alguna vez hablen de nosotros de esa
manera, y se me ocurrió parafrasear el artículo. Y se me ocurrió también
ponerle mi nombre donde se habla de Messi (prueba de poner el tuyo) e imaginar
que alguien alguna vez hace un crónica de nuestro ministerio.
"...Abel era un
perro, lo único que le importaba era alabar a Dios, predicar y la Palabra y la
cruz, sin religión, sin dogmas humanos, sin leyes denominacionales, sin las
agobiantes leyes de la religión organizada. Lo patean, lo tiran, le hacen
zancadillas, pero lo resuelve y sigue cantando y predicando. No pierde de vista
la Palabra ni aunque lo apuñalen...En los inicios del Evangelio los
predicadores también eran así. Iban detrás de la cruz y nada más: no existían
proyectores con temas en power point, ni predicaban en los congresos, ni tenían
las páginas web, ni salir en la tele. Antes se predicaba como juega “Mandilón”
con la esponja, sin perder de vista la cruz".
¡Wow ! ¡¡¡Definitivamente
quiero ser un cantante y predicador perro!!!
Y los religiosos que
van a salir con "¿Como va a comparar el fútbol con el ministerio?" que
sigan pegandose golpes de pecho, que es lo único que pueden hacer cuando no te
pueden parar.
*Esta reflexión es propiedad intelectual de Abel Meza Ministerio, y puede ser hallada tal y como en Facebook. (da click)
Buena reflexión. Un niño antisocial y con problemas de crecimiento, su pasión: el balón. Bien dices, ignoramos lo esencial de las cosas: disfrutar del "quehacer" del individuo.
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