Cuando observamos a nuestro alrededor notamos sin gran dificultad, falta de moral, conductas
atroces de maldad, incluso se puede percibir, que prevalece una filosofía egoísmo
y crueldad por doquier. No obstante de igual
forma,en diametral oposición, observamos
que hay personas que entiende que es malo perjudicar a los demás, que es bueno prestarles ayuda, incluso hay quien es capaz de “ponerse en lugar del otro” y, en términos
básicos pagar un costo personal para ayudar a otros. A esto popularmente se le
nombra “hacer el bien”, o en términos más “técnicos” altruismo [1]. Pero ¿cuál es
el origen de esa bondad o altruismo?; ¿Es parte inherente de la naturaleza? ¿Se
manifiesta solo en unos y otros no?
¿Personalidad o educación?
La idea del filósofo Augusto Comte , padre del positivismo, fue aportar un término opuesto al
egoísmo. Es muy interesante que el término egoísmo se haya forjado en un
contexto religioso, como nombre de un vicio, y el de altruismo lo haya sido en
un contexto ateo y además político[1].
Pero curiosamente esta palabra trascendió del ámbito de la filosofía para pasar
al lenguaje común, al que se integró con el sentido que les había dado el
cristianismo a la palabra “caridad”.
Un buen ejemplo de altruismo lo encontramos en la conocida
“Parábola del Buen Samaritano” (Lucas 10: 25-37). En base a ella podríamos decir que el comportamiento altruista
depende de las influencias de la situación y de las variables de personalidad
de quienes se encuentran en tales contextos.
En el estudio de la parábola del buen samaritano ni siquiera aquellos participantes con creencias religiosas firmes se
detuvieron a ayudar a la víctima cuando tenían prisa por cruzar el campo. Pero ¿qué ocurre si la situación es más corriente? ¿Aflorarían estas diferencias de
personalidad si la situación no restringiera nuestras acciones?
En un intento por dar con las respuestas, Gustavo Carlo y sus colaboradores aplicaron una serie de mediciones de personalidad relacionadas con el altruismo a varios universitarios unas semanas antes de que participaran en un experimento de ayuda. Demostraron que las personas con ciertas características de personalidad tienen más probabilidades de ayudar cuando la situación no lo exige; sin embargo, las circunstancias en que se necesita auxilio tienen un efecto poderoso sobre la percepción de los actos que convienen para el caso. Aquí se destaca la “Teorías del intercambio social” ; que postula que cada vez que interactuamos con alguien debemos pagar ciertos costos y se producen ciertas gratificaciones. Según Worchel , una de las recompensas que recibe por sus actos quien ayuda es un aumento en la sensación de poder. El costo para el receptor es una mayor sensación de impotencia, pues está obligado a dar las gracias por su dependencia.
En un intento por dar con las respuestas, Gustavo Carlo y sus colaboradores aplicaron una serie de mediciones de personalidad relacionadas con el altruismo a varios universitarios unas semanas antes de que participaran en un experimento de ayuda. Demostraron que las personas con ciertas características de personalidad tienen más probabilidades de ayudar cuando la situación no lo exige; sin embargo, las circunstancias en que se necesita auxilio tienen un efecto poderoso sobre la percepción de los actos que convienen para el caso. Aquí se destaca la “Teorías del intercambio social” ; que postula que cada vez que interactuamos con alguien debemos pagar ciertos costos y se producen ciertas gratificaciones. Según Worchel , una de las recompensas que recibe por sus actos quien ayuda es un aumento en la sensación de poder. El costo para el receptor es una mayor sensación de impotencia, pues está obligado a dar las gracias por su dependencia.
El gen de la bondad
Pero, ¿cuál es el origen de esa bondad o altruismo?, ¿es fruto de nuestra educación moral, religiosa, o de valores personales adquiridos en nuestra historia personal? o ¿forman, quizá, parte de nuestra biología, es decir nuestra propia naturaleza?
Pero, ¿cuál es el origen de esa bondad o altruismo?, ¿es fruto de nuestra educación moral, religiosa, o de valores personales adquiridos en nuestra historia personal? o ¿forman, quizá, parte de nuestra biología, es decir nuestra propia naturaleza?
El neurobiólogo Franz de Waal declara: “La atención a los necesitados no
es un comportamiento exclusivo de nuestra especie”; de hecho Un psicobiólogo de la Universidad de Harvard, Marc
Hauser, sostiene el carácter innato de la moral; o sea, la existencia de unos
principios universales que permiten a todo ser humano distinguir entre el bien
y el mal. Pareciera algo
que no pudiera ser favorecido por la selección natural, pero ocurre.
Por ejemplo el
famoso Darwin mismo tuvo muchos problemas a la hora de integrar en su teoría,
los actos de cooperación o “bondad” (lo que podríamos denominar altruismo) que
se observaban en la naturaleza; como los de ciertas aves acuáticas que cuidan
junto a sus propias crías a polluelos jóvenes que han perdido a sus padres, la
crianza cooperativa en los monos titís, las guarderías de crías en los loros,
elefantes, cachalotes y delfines, el comportamiento de cuidado de las cigüeñas
hacia sus padres cuando ya están viejos, el caso del pájaro carpintero que
cuando el cazador mata a alguno de ellos revolotea lanzando gritos a pesar de
la posibilidad de también morir en el acto o de los varamientos masivos de
ballenas piloto que mueren en grupo con tal de acompañar y no dejar morir en
soledad a un individuo enfermo, como el de los delfines que defienden a lobos
marinos e incluso a seres humanos de los tiburones, en fin existen numerosos
ejemplos.
No obstante,
para el famoso biólogo evolucionista Richard Dawkins todos los casos descritos
como altruismo, se han interpretado erróneamente pues estos no se dan según la
creencia popular, donde un individuo se sacrifica por el bien de la especie
sino que, por el contrario, lo hace realmente por el bien del “gen”; es decir
simple selección natural.[2] De
ahí acuño el término “gen egoísta” para
explicar el motor de los comportamientos en el reino animal. En última
instancia los organismos son meras máquinas de supervivencia para genes “la
gallina no es más que el medio en que los huevos se reproducen”.
Parece muy contundente
y frio, sin embargo William D. Hamilton resolvió el problema del altruismo
estudiando ejemplos del mismo en insectos sociales tales como el de las abejas
y avispas, que se sacrifican en defensa de sus colmenas, o el de las hormigas
estériles, que sacrifican su reproducción en pro de la de su reina; y concluye
que el altruismo no es incompatible con la metáfora del gen egoísta; es decir el
comportamiento “altruista” proporciona un beneficio a la especie. En
términos más simples y tomando la famosa frase del evolucionista Haldane : “No
me tiraré al río para salvar a un hermano, pero sí para salvar a dos. Tampoco
me tiraré para salvar a dos primos, pero sí para salvar a ocho”. La razón, explican los biólogos, es que se
necesita salvar al menos a dos hermanos para tener cierta probabilidad de
salvar toda su carga genética, ya que cada uno aporta solo el 50%; igualmente,
se necesitan por lo menos ocho primos para tener completa su carga genética con
alguna probabilidad”. Pero
específicamente cuando se trata del ser humano muchos se resisten a aceptar
esta visión altruista “utilitaria”; imagine a
cinco parientes suyos, enfermos en espera de un trasplante de riñón, ¿a
quién se lo daría?
Por ello pocos hablarían de
“verdadero altruismo” en los animales, considerándola una capacidad genuina del
ser humano. Pero entonces como explicarían casos como el de una gorila que
rescató a un niño de tres años que cayó dentro de su jaula en el zoológico o el de los delfines que han rescatado a
náufragos y los han regresado a la costa sanos y salvos. Por tanto el
altruismo, no solamente se da entre parientes sino también entre individuos no
emparentados e incluso entre individuos de distintas especies. .
Frente a esto
algunos defienden que es propio de la especie humana actuar sin esperar una
recompensa a cambio, en parte por el mero “placer” de hacerlo, por ejemplo;
cedemos el asiento en el autobús a una persona anciana o embarazada o hacemos
donaciones anónimas para obras de caridad sin otra gratificación que una mera
sensación de placer, lo que denominaríamos como compasión o caridad.
En un
experimento llevado a cabo recientemente por F. Warneken y colaboradores, se
presenta evidencia sobre el desarrollo de la “facultad altruista” en el ser
humano alrededor de los 18 meses de edad. El experimento que llevó a cabo
consistía en situar a niños ante la siguiente escena: el experimentador
realizaba una tarea cotidiana tal como colgar ropa mojada en una cuerda y
dejaba caer accidentalmente una pinza de la ropa. Los niños a partir de los 18
meses, pero no antes, miraban la cara del experimentador que miraba a su vez a
la pinza caída, gateaban rápidamente y tomaban el objeto, poniéndose de pie
torpemente para finalmente entregárselo. Una y otra vez, cuando al
experimentador, que ni pedía ni agradecía el gesto de los niños, se le caía
cualquier objeto, derribaba sin querer una pila de libros o perdía el lápiz con
el que iba a escribir, cada uno de los niños respondió en pocos segundos. Ahora
bien, si esto mismo le ocurría al experimentador de forma intencionada: tiraba
la pinza o la pila de libros, los niños dejaban de prestar ayuda. Parece, por
tanto, que para ser altruista, el bebé debe poseer la capacidad de comprender
los objetivos ajenos, además de la “motivación prosocial”, es decir, el deseo
de mantener relaciones sociales. Estos mismos experimentadores sometieron a
chimpancés de 3 o 4 años a un estudio similar en el que también tenían que
hallar y devolver objetos “perdidos” por un ser humano. A diferencia de los
niños, los simios solamente ayudaron si se les pedía que recogieran un objeto caído,
y no con la prontitud ni espontaneidad exhibida por los niños y tampoco si la
tarea era más compleja como, por ejemplo, si había que buscar el objeto en una
caja. Parece, por tanto, que los chimpancés pueden exhibir una conducta de
colaboración hacia otros pero no por las mismas razones “solidarias” que
motivan a los bebés humanos. Hay evidencias acerca de cómo la conducta de ayuda
viene motivada por gratificaciones como la satisfacción personal podríamos
llamarle “narcicismo”[3],
la evitación de la pena o de la culpa y la evitación de la angustia.
Considerando lo
anterior el altruismo, busca el beneficio de la otra persona, en este sentido,
esto parece ser que se produce por empatía entre los sentimientos de la otra
persona y los propios.[4]
El vínculo entre
empatía y altruismo no descarta otras motivaciones para actuar de forma
servicial. Franz de Wall dice: “La empatía es básicamente una
capacidad neutral, la empatía significa que yo estoy conectado con tus
sentimientos, y te entiendo hasta cierto punto, mientras que la simpatía tiene
más que ver con la acción. Soy sensible a tu situación, pero también quiero
mejorarla. Por tanto, la simpatía es casi siempre algo positivo. La empatía
puede ser algo negativo”.[5] A finales de la
década de los noventa se inició un nuevo debate sobre la conducta altruista,
teniendo como foco de atención el concepto de unidad. Caildini, Brown,
Lewis, Luce y Neuberg (1997) consideran que sentir empatía por alguien produce
una unión entre el "yo propio" y el "yo del otro", a esta
interrelación la denominaron unidad. Cialdini y sus colaboradores (1997)
creen que, cuando se logra la unidad, ayudar a la otra persona es equivalente a
hacer algo positivo por uno mismo.
En este sentido es interesante el descubrimiento por psicólogos israelíes del primer gen vinculado al comportamiento altruista, sustenta el hecho de que el acto de ayudar y la sensación de placer que sentimos asociada a esta acción vienen influenciados genéticamente. Parece ser que este gen es responsable, entre otras cosas, de sensibilizar los receptores del neurotransmisor dopamina, lo que genera en el cerebro la sensación de bienestar. La dopamina podría jugar, de esta forma, un papel esencial en el comportamiento social: las personas predispuestas genéticamente al altruismo harían buenas obras porque se sienten mejor a través de sus actos positivos. Dawkins, por su parte, considera que “sólo el hombre puede rebelarse contra la tiranía de los replicadores egoístas, gracias al poder de la razón y a los valores creados y reforzados por la cultura”. En esta reflexión, acuña el concepto de meme o agente responsable de la transmisión cultural humana, análogo al concepto de gen, y sujeto, pues, a las mismas reglas básicas evolutivas y, por ende, al egoísmo entre ellas. Pero si la cultura en sí misma es también un producto posibilitado por los genes, no solamente el egoísmo, sino los valores morales, como el ayudar al prójimo, podrían tener una raíz biológica.
Conclusión
Parece existir evidencia de que los actos de generosidad humana no son necesariamente productos netos de una moralidad de origen consensual o religioso, sino que pueden tener profundas raíces biológicas en la información almacenada por miles de años en nuestros genes. Por lo tanto, más que ser productos de la razón humana, muchas veces están sustentadas en mecanismos que operan inconsciente y hasta automáticamente, pero finalmente la cultura, a través de la educación, tendrán un peso determinante, dando fuerza y expresando nuestros genes y memes egoístas o potenciando la información genética de nuestros genes y memes altruistas. Son evidentes principios morales universales innatos tales como: Narcicismo, Empatía y Compasión. Evidentemente aquel que diseño el cuerpo humano; a decir Dios, incorporo estos principios al ser humano después de todo nadie da lo que no tiene o dicho en otros términos aplicando el principio bíblico registrado en Lucas 7:47 “Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amo mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra”.
En este sentido es interesante el descubrimiento por psicólogos israelíes del primer gen vinculado al comportamiento altruista, sustenta el hecho de que el acto de ayudar y la sensación de placer que sentimos asociada a esta acción vienen influenciados genéticamente. Parece ser que este gen es responsable, entre otras cosas, de sensibilizar los receptores del neurotransmisor dopamina, lo que genera en el cerebro la sensación de bienestar. La dopamina podría jugar, de esta forma, un papel esencial en el comportamiento social: las personas predispuestas genéticamente al altruismo harían buenas obras porque se sienten mejor a través de sus actos positivos. Dawkins, por su parte, considera que “sólo el hombre puede rebelarse contra la tiranía de los replicadores egoístas, gracias al poder de la razón y a los valores creados y reforzados por la cultura”. En esta reflexión, acuña el concepto de meme o agente responsable de la transmisión cultural humana, análogo al concepto de gen, y sujeto, pues, a las mismas reglas básicas evolutivas y, por ende, al egoísmo entre ellas. Pero si la cultura en sí misma es también un producto posibilitado por los genes, no solamente el egoísmo, sino los valores morales, como el ayudar al prójimo, podrían tener una raíz biológica.
Conclusión
Parece existir evidencia de que los actos de generosidad humana no son necesariamente productos netos de una moralidad de origen consensual o religioso, sino que pueden tener profundas raíces biológicas en la información almacenada por miles de años en nuestros genes. Por lo tanto, más que ser productos de la razón humana, muchas veces están sustentadas en mecanismos que operan inconsciente y hasta automáticamente, pero finalmente la cultura, a través de la educación, tendrán un peso determinante, dando fuerza y expresando nuestros genes y memes egoístas o potenciando la información genética de nuestros genes y memes altruistas. Son evidentes principios morales universales innatos tales como: Narcicismo, Empatía y Compasión. Evidentemente aquel que diseño el cuerpo humano; a decir Dios, incorporo estos principios al ser humano después de todo nadie da lo que no tiene o dicho en otros términos aplicando el principio bíblico registrado en Lucas 7:47 “Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amo mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra”.
Referencias.
[1]El término altruismo (altruisme en francés), lo forjó el filósofo Augusto Comte (1798-1857)padre del positivismo, y básicamente lo definió como: Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.
[2] En un principio el altruismo no era generosidad hacia los otros, sino interés propio en el otro.
[1]El término altruismo (altruisme en francés), lo forjó el filósofo Augusto Comte (1798-1857)padre del positivismo, y básicamente lo definió como: Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.
[2] En un principio el altruismo no era generosidad hacia los otros, sino interés propio en el otro.
[3] Hay que entender que bajo la teoría de la
selección natural un gen que codifique un carácter que mejore la eficacia
biológica de los individuos que lo
porten debería aumentar su frecuencia en la población. Y, a la inversa, un gen
que disminuya la eficacia biológica individual de sus portadores debería ser
eliminado. En este contexto fue el biólogo evolucionista
[4] Andrew P. Morrison, profesor de Psiquiatría de
la Facultad de Medicina de Harvard, defiende que en los adultos, una razonable
cantidad de narcisismo sano permite balancear la percepción individual de las
propias necesidades en relación con los otros.
[4] La hipótesis del
altruismo y la empatía. Postula
que la empatía da origen al altruismo, y que esta es solo una razón de que
ayudemos.
[5] Franz de Wall
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