Por Raúl Mondragón
En pasados días leí una noticia acerca de la demanda millonaria de Zinedine Zidane (Director Técnico de Futbol del equipo Real Madrid) a un caricaturista francés de nombre Christophe Alévêque. El motivo fue lo que expreso este último a un semanario francés el mes anterior (enero); según el humorista, Zidane recibió una cantidad de 14 millones de dólares por promover a Qatar como sede del Mundial 2022, por lo cual dijo: "Es una especie de prostitución, ese hombre es una pu..." Además, acusó al ex jugador de participar en el máximo de campañas publicitarias, por supuesto, a cambio de dinero.
Para los abogados de “Zizou” esas palabras constituyen un ultraje que afectó al futbolista y a su familia. Lo más interesante, desde mi punto de vista no es la demanda, si no los argumentos del humorista quien dijo:
“Si tuviera que comparecer ante el tribunal por cada persona que critico en mis espectáculos me tendría que instalar aquí”, afirmó ante la corte, que dará su veredicto el próximo mes.
El humorista lamentó que en Francia “el camino de la caricatura se restringe cada día más.”
Es justo en este punto donde nace esta reflexión acerca de la libertad de expresión, es decir hasta qué punto mi derecho, continúa siendo tal, y cuando se convierte en solo una cubierta para atacar a mis semejantes o a quienes no piensan igual que yo, o incluso desde mi punto de vista están equivocados en su proceder.
Libre expresión
Desde tiempos inmemoriales la palabra “respeto” ha sido invocada, como el mayor argumento para coartar la libertad de expresión. Sin lugar a duda, puede resultar muy persuasivo, y sobre todo cuando con su objetivo es atacar, denigrar o difamar a un individuo, resulta valido, por obvias razones.
Pero que cuando se establece, solo como un pretexto y mecanismo, para censurar, entonces resulta muy paradójico, ya que se viola un derecho básico del ser humano, por el simple hecho de ser pensante. Sin la habilidad de opinar libremente, de denunciar injusticias y clamar cambios el hombre está condenado a solo un camino: la opresión. . ¿Dónde queda el respeto del individuo y su libertad de conciencia?
Sin más excepción que las dictaduras, los países latinoamericanos, siguiendo la tradición francesa, han incluido en sus constituciones declaraciones, cautelas y garantías sobre la libertad de expresión y de información. La libertad de expresión ha sido desde siempre un derecho y nos corresponde a todos, ya que es la lucha por la libertad de expresar nuestro propia individualidad. Después de todo tenemos como seres humanos “libre albedrio” y la necesidad innata de opinar diferente sobre un mismo hecho.
Respetar la libertad de los demás a decir cualquier cosa, por más ofensiva que la consideremos, es respetar nuestra propia libertad de palabra y pensamiento; como lo declara esta extraordinaria frase de George Orwell o Eric Arthur Blair :
“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.
Sin libertad no puede haber verdadero orden, estabilidad y justicia. Y sin libertad de expresión no puede haber libertad.
Una línea frágil
Sin embargo es evidente que existe una línea muy delgada. En este punto cabe reflexionar sobre una frase del Dr. Miguel Nuñez:
“La libertad de expresión debe ser éticamente sustentable. Afirmar algo sin base ni sustento no es libre opinión sino difamación”.
Como resulta muy evidente desde mi subjetivo punto de vista con la ya casi anecgota de el periodista y Zizu. Es claro que el acto de opinar es un derecho. Pero Injuriar, difamar, calumniar es un delito. Distinguir una conducta de la otra es clave para un buen entendimiento entre los seres humanos.[1]
Libertad religiosa.
Como cristiano mi cavilación me lleva a mirar el seno de la religión. No soy ingenuo y para la mayoría es complicado que religión y libertad de expresión coincidan y coexistan en un mismo ámbito.
No obstante Nuñez declara atinadamente: “la libertad de opinión y de expresión no debe ser limitada ni siquiera para cuestiones religiosas o teológicas, no obstante, siempre deben expresarse respetando la honra, buen nombre y credibilidad de otros.” [2]
Silencio religioso.
Ahora bien, todo esto tiene un correlato ético que es necesario analizar. Siempre que se difama, calumnia o injuria a alguien hay testigos. Cuando los testigos callan, entonces, se convierten en cómplices y son tan culpables como los difamadores, calumniadores e injuriosos.
Callar ante el atropello de alguien es validar la conducta errada. Callar ante la injuria es complicidad. Callar ante el agresor, por comodidad o "prudencia", es cobardía.
Se podrían dar cientos de ejemplos históricos que muestran las graves consecuencias de callar ante la injusticia, la calumnia, la injuria y la difamación, actitud, que lamentablemente han tenido a través de la historia muchos cristianos. Ruanda, EE.UU., Kosovo, El Salvador, Nicaragua, Francia, España, y la lista sigue, de países que en diferentes momentos de la historia han sido testigos de diferentes tipos de agresión a personas que sólo defendían su derecho a opinión, mientras los cristianos, callaban para ser "políticamente correctos" o simplemente, por silencio cómplice.
En la iglesia, cuando alguien es difamado, injuriado o calumniado, y el resto de la hermandad calla por prudencia, miedo o lo que sea, provoca no sólo que muchos se alejen de la fe, sino que tarde o temprano dicha actitud se convierta en la forma tradicional de actuar.[3]
Mi opinión
Después de este preámbulo, declaro que soy crítico por naturaleza, inquieto, siempre he disfrutado de debate intelectual,(entre otras cosas), y de las caricaturas de periódico sobre el régimen político, religioso, económico, cultural, etc. En general de ese retrato de la sociedad que si bien no clama al unísono por una sociedad diferente, su conciencia colectiva clama un “nunca olvida”. Y en verdad a ese universo de liberación nos llevan – aunque algunos no lo admitan- los cartonistas, moneros o dibujantes.
Ahora bien alguien puede argüir que de eso se trata la caricatura política, de herir, de lastimar, pero muy por el contrario es para hacerle saber el daño que nos causa, las penas que está infringiendo con sus actos a las personas; y evidentemente esto puede aplicar a cualquier ámbito en el que nos desarrollemos.
Desde mi pasado católico siempre disfrute del “humor con agua bendita”, haciendo chistes, leyendo artículos sobre el alto clero hasta el humilde sacerdote de parroquia rural, donde se mostraban de manera humorística la realidad para hacerla más llevadera. Pero con un claro mensaje ético. Yo mismo lo he experimentado por medio del dibujo, el fotomontaje o la letra escrita; de esa satisfacción de manifestar un punto de vista honesto pero más crítico, y muchas veces “políticamente incorrecto”; y al mismo tiempo también como cristiano he sido objeto de la censura y la opresión.
Ahora en un ambiente “protestante”, dentro del adventismo me he topado con una organización eclesiástica que radica en el pueblo (laos) la iglesia el cuerpo de Cristo, que aun cuando muchos lo saben, mantienen una mentalidad de esclavo o de conquistado; y los lideres (mal llamados así, ya que solo son los elegidos para administrar) siguen usando el dogma como instrumento para la manipulación, la ignorancia como cetro donde radica su poder; a esto la misma Biblia llama: “Guías ciegos guiando a otros ciegos”; es muy notorio ya que el grueso de la feligresía siguen viendo en el “pastor a un vicario de Cristo”, y esto no es así el pastorado es un don espiritual y por lo tanto se tiene que discernir.
Es innegable que pleno siglo XXI, existe la intolerancia de los líderes religiosos, en muchas ocasiones se escudaron tras el estandarte de la política y para mantener el buen nombre empeñaron sus propios principios.
Conclusión
A lo largo de mi vida he entendido que la honestidad intelectual está eternamente reñida con la mofa cruel, con la sátira gratuita, con la falta del más mínimo sentido de respeto a la persona, al ser humano. La libre expresión es “adecuada” si se reflexiona y se propone la identidad del ser y del hacer.
El derecho a la libre expresión es uno de los más fundamentales, ya que es esencial a la lucha para el respeto y promoción de todos los derechos humanos. Mi derecho a opinar pierde ese carácter cuando difamo, calumnio e injurio a alguien. Puedo hablar, dibujar o hacer cualquier cosa siempre y cuando respete.
Dice Nuñez: “la libertad de opinión y de expresión no debe ser limitada ni siquiera para cuestiones religiosas o teológicas, no obstante, siempre deben expresarse respetando la honra, buen nombre y credibilidad de otros.”
ResponderEliminarSi lo que debe decirse tiene el efecto de desenmascarar, irremediablemente irá contra "la honra, el buen nombre y la credibilidad" del que se desenmascara, y gracias a Dios que así sea.
El derecho a opinar tiene como correlato la responsabilidad y los ordenamientos legales del mundo la consagran, en el ámbito civil y penal, como reivindicación del sentir popular. El mundo moderno apuesta (al menos en sus letras) a la libertad a decir lo que se venga en gana... y a recibir por ello lo que corresponde. He ahí porqué me gusta esta época, porque se puede sembrar lo que se quiera, y se cosechará la propia siembra.
Gracias por comentar.
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